La química entre nosotros
Los griegos, Jim y Pam y la idealización del amor
Un roce accidentado, un encontronazo de miradas, la complicidad a la hora de reírse de un chiste malo, compartir pausas cómodas.
Cuando digo química no me refiero a la que enseñan en los institutos, la que te hace estudiarte la tabla peiódica y aprenderse fórmulas infinitas. Hablo del amor, de una amiga de toda la vida, de una conocida que se convertirá con el tiempo en un amiga, de esa persona con la que saltan chispas, pero sin mariposas, comodidad y electricidad recorriendo tu cuerpo.
No se trata de reacciones químicas que se puedan medir en el laboratorio, sino de esa sensación de calma y cercanía que se construye con el tiempo, o llega en el momento menos esperado. Es el resultado de compartir momentos simples, de disfrutar de la compañía y de entender sin necesidad de hablar de más.
No es algo que se pueda forzar o planear, simplemente sucede, sucede y no con cualquiera. Eso de estar cómodo con una persona que acabas de conocer, o alguien que siempre había estado ahí inadvertido o inadvertida y de un día para otro descubrir la complicidad que estaba ahí enterrada en medio del hueco invisible que separa a dos desconocidos esperando a que alguien la sacara a relucir. Creo que toda relación, ya sea de amistad o de pareja debe tener química, aunque a lo mejor tú lo llamas por otro nombre, conexión, complicidad, armonía…
Según la leyenda griega, los humanos nacían como seres completos, formados por dos mitades que se unían para crear una entidad perfecta y poderosa. Pero los dioses, temerosos de tal fuerza, decidieron dividirlos en dos, separándolos y esparciéndolos por el mundo. Así, cada persona quedó incompleta, en una eterna búsqueda de reconectar con esa otra mitad perdida, la llamada alma gemela, que, al reencontrarse, devuelve la integridad y la fuerza original.
En mi serie favorita, The Office, hay un claro ejemplo de química entre dos personajes que siempre que puedo me gusta comentar. Desde el primer instante en que se cruzan las miradas, se percibe una sutil tensión, una complicidad que habla de una historia largamente gestada. Es en esos pequeños gestos—un encogimiento de hombros, una sonrisa robada en medio de una broma—donde se esconde la narrativa de dos almas que se reconocen, como si siempre hubieran sabido que estaban destinadas a encontrarse.
A lo largo de la serie se aprecia la evolución gradual de su relación: en un primer bloque, la cámara capta la inocencia y la naturalidad de sus interacciones, cuando el ambiente se llena de risas tímidas y silencios cargados de significado. A medida que avanzan las escenas, se notan momentos en los que Jim confiesa sin mayores artificios sus verdaderos sentimientos, y Pam, a su vez, se muestra vulnerable, permitiendo que su auténtico yo se desvelara ante él. Estas transiciones sutiles sumado a la naturalidad con la que se va desarrollando la serie, gracias al tipo de formato, nos muestran cómo lo que tienen no es algo explosivo o forzado, sino una conexión orgánica que se va tejiendo a lo largo del tiempo.
La magia de su relación no se encuentra en grandes gestos o declaraciones dramáticas que podamos haber visto en otra sitcoms, sino en esos instantes auténticos y desarmados, en una danza entre lo visible y lo intangible. Es la concreción de que una amistad profunda puede florecer y transformarse en un amor sincero, haciendo de la búsqueda de un "alma gemela" algo no místico, sino profundamente humano y natural.
Es una narrativa que nos muestra que la verdadera química reside en la confianza emergente, en la disposición de ser uno mismo sin máscaras, y en la quietud de esos momentos donde se reconoce que, aunque separados por un universo de asuntos triviales, siempre existe la posibilidad de reencontrarse y sentirse, al fin, completos.
Hace poco conocí la noción de “atracción súper consciente”, un estilo de vivir el amor de forma activa y plena, buscando el crecimiento personal a través de retos y experiencias compartidas. Una actitud que llama a las parejas a no conformarse con una atracción pasiva, sino a trabajar juntos o juntas para rejuvenecer constantemente la relación, haciendo que cada encuentro sea una oportunidad para reconectar y evolucionar como individuos y como pareja.
En una relación se entrelazan distintos niveles: la atracción física, la conexión emocional y lo que se denomina “atracción súper consciente”. Aunque la atracción física es esencial y parte de nuestra naturaleza primitiva, por sí sola no es suficiente para sostener una relación a largo plazo, esta atracción tiene, en cierto sentido, una “fecha de caducidad” si no se nutre de otros elementos. Compartir vulnerabilidades, confidencias y momentos de empatía se vuelven fundamentales para cimentar ese vínculo que trasciende lo meramente físico y no sirve de nada si no vamos a estar presentes emocionalmente, lo cual permite que esa chispa que inicialmente se enciende se convierta en un fuego que perduriere a lo largo del tiempo.
Entonces, según yo, la química con alguien surge cuando, más allá de una simple afinidad, se combinan de forma natural varios factores: la conexión que permite compartir intereses y valores similares, la autenticidad de ser uno mismo sin máscaras, y un sutil equilibrio entre la atracción física y la calidez emocional.
Es cierto que como humanos tendemos a idealizar a otras personas, pero existe algo tentador en observar lo que nos es ajeno, como les pasaba a Jim y Pam, ya que en el otro proyectamos aquello que creemos necesitar. Según Farid Dieck, la imagen de la pareja ideal nace precisamente de esa proyección —una necesidad interna que rara vez se corresponde con la realidad— y, al esperar que el otro cumpla ese molde, corremos el riesgo de anular su verdadera individualidad.
Además, reconocer que lo ideal es, en gran medida, una construcción propia nos invita a aceptar la complejidad y autenticidad de las relaciones reales, donde el otro no viene a completar un vacío, sino a compartir su propia historia de vida y encajarla en la nuestra, si es que es posible, que muchas veces — la mayoría de las veces— queremos forzar el hecho de tener a ciertas personas en nuestra vida que no corresponden con ella. Pensando en esto, podemos acercarnos a relaciones más auténticas y menos marcadas por expectativas irreales .
El amor es libertad y autenticidad, es atreverse a arriesgarse sin miedo a perderse en el intento, no se trata de encajar en un molde, ni de buscar una perfección idealizada, sino de permitir que cada gesto, cada silencio compartido, hable por sí solo. Es en esa complicidad sin artificios, en esa conexión que se construye poquito a poco, donde se revela que el verdadero secreto del amor es simplemente encontrarse y dejarse encontrar, sin pretensiones y con la honestidad de quienes saben que amar es, ante todo, ser libres.
Es en ese mismo instante, cuando la vida te sorprende con una mirada sincera, que entiendes lo que realmente es la química: no se trata de fórmulas ni de cálculos, sino de un simple y contundente acto de ser tú mismo.
Samara